Hace tiempo que habitamos en la desmesura, que vivimos en la disfunción, que comparecemos superados por una vorágine tan inhumana que nos aliena tanto como nos ensimisma. El exceso es evidente, una desproporción construida en base a una gran mentira llena de múltiples engaños, unas trampas que se están demostrando crueles y despiadadas cuando la carnaza que nos ofrecen, precisamente, es la de obtener una vida más plena y construir un mundo mejor. Deambulamos sobrepasados y desubicados porque nuestros puntos de referencia y las coordenadas que nos orientan son falsas, ahora transitamos por el desbordamiento y el colapso, ahora nos hallamos en plena distopía.
Mientras la mayoría de nosotros seguimos aturdidos por el golpe, algunos artistas como Gilbert Herreyns han iniciado el retorno a aquel lugar al que nunca debimos renunciar. Una vuelta a lo esencial, a lo básico, al hogar, a la naturaleza, a aquel paraíso tan cercano que justo estaba a nuestro lado. Un edén que desechamos por su proximidad, por su accesibilidad, porque nos parecía tan fácil que pensamos que era de mentira, pero era de verdad: una realidad más cierta que la ficción que llevamos años viviendo. Susan Sontag, con su pensamiento premonitorio, ya anticipó las consecuencias sensoriales de tanto exceso, la insensibilidad que afectaría a nuestra mirada golpeada por millones de imágenes por segundo y que produciría una visión indolente en unos seres desquiciados, un nuevo tipo de ceguera para una sociedad frenética, un mirar sin ver.
Para tratar de curar esta patología, para intentar abrirnos el entendimiento, Herreyns decide comenzar por lo táctil, por ese sentido primero que da luz en la oscuridad, por lo que se puede tocar, por lo aprehensible, por elementos sencillos y corpóreos que comparecen al alcance de las manos: las ramas de la sabina curvadas y atadas hasta su armónico punto de quiebra, las agujas de pino convertidas en hojarasca y pintadas sobre el lienzo de lino, las tablas de madera encontradas en la orilla, modeladas por el mar, la resaca y la carcoma, intervenidas, entintadas e impresas con la mera presión de las manos del artista sobre el papel.
Unas piezas que no están exentas del drama que acabamos de vivir, ni de la cautela, ni de la prevención necesarias para decirnos que, aunque retornemos a casa para guarecernos, para reponer fuerzas y seguir en otra dirección, siempre podremos volver a desviarnos hacia la desmesura y el exceso. Por eso, Herreyns, se convierte en un sanador comprometido, en un minucioso recolector de lo básico, en un buscador de tesoros elementales que antes habían sido descartados, apropiándose de los objetos que interviene con cuidado pero con gesto poderoso, físico y performático, unas obras que nos recuerdan que, pase lo que pase, siempre nos quedará la memoria y nuestras manos.
Fernando Gómez de la Cuesta
Comisario de la exposición La mà i la memòria. Mallorca 2016.
Catálogo Gilbert Herreyns. Ibiza 2012-2015.