Dentro de una bruma ligeramente transparente, un “vaporetto” navega entre unos palos de madera hundidos en la laguna. Es de noche, y pequeñas luces suspendidas en el aire lo dirigen lentamente hacia “S. Zaccaria”.
El olor fresco del agua a la vez dulce y salada invade la atmósfera y el frío húmedo intenta traspasar mi anorak rojo. Junto a mi, Neus, silenciosa y pensativa, protegida por su largo abrigo de cuero beig se apoya sobre la baranda contemplando el Gran Canal.
De repente vibra el motor del vaporetto, las cuerdas chirrían, y todo se para. Maletas en mano emprendemos una larga marcha entre canales, escaleras y callejones ligeramente iluminados, hasta llegar a nuestro apartamento-estudio en el “Castello”.
Por fin estamos en Venecia, la isla prometida que nos acoge unas semanas para la realización de un bello proyecto: una tela grande integrada en el espacio del café Florian. Enseguida la ciudad nos invade, y Ia vida se instala poco a poco en el estudio. Un buen día, un gran bastidor. de dos metros cuarenta, sube poco a poco por la caja de la escalera.
A partir de este momento el trabajo empieza: montaje de la tela, pintura, arena del Lido y cola.
Pronto van naciendo grandes bandas de color, líneas verticales, oblicuas, seguidas de gotas de pinturas que se deslizan desde el borde del bastidor. Siguen aspersiones de colores, azules, blancos, grises en capas sucesivas. Todo sucede como si trabajase en Ibiza.
Después, de repente el vacío, no va, todo está tapado, todo demasiado geométrico, demasiado regular. ¿Qué hacer? ¿Replantearlo de nuevo?
Reflexionar. Sobretodo pensar que la pintura es un camino y que esto es lo importante.
La impecabilidad de éste es la abertura hacia la creatividad. Es el momento de frenar la marcha, no forzar, salir a la calle, pasear por los canales.
Sentir Venecia, sentir el aire, sentir el agua.
Después de algún tiempo el trabajo empieza de nuevo.
Nuevas capas de colores cubren las anteriores y cambian la tela.
La rutina se ha roto y las soluciones llegan. Practicar como nunca el ejercicio de la libertad y no repetirse a sí mismo. Romper las cadenas de la costumbre. Nuevas aspersiones y superposiciones se multiplican. Y poco a poco se va desarrollando una tela diferente, sensible a Venecia y participante del ego del pintor.
Al final llega el momento, la tela está terminada.
Las últimas fotos tomadas, sigue el embalaje, el descenso de la escalera, la calle y el viaje en barco hasta llegar al Florian. A continuación colgar el cuadro,
la iluminación y finalmente el último golpe al corazón, la inauguración y los amigos.
De noche en la plaza “San Marco” discretamente iluminada, hay poca gente.
Las viejas piedras respiran aún. Me giro como para decir adiós, y a lo lejos, una gran mancha azul: una pintura.
Gilbert Herreyns
Venecia, marzo 2007
Catálogo OPERA ÚNICA AL FLORIAN