El camino de la perplejidad

Fiel a sí mismo y a su primer impulso artístico -un impulso de fuerte y contenida raigambre espiritual -, Gilbert Herreyns ha continuado profundizando, con ese lenguaje tan característicamente suyo, conseguido, de insistente precisión, en un espacio de difíciles limites, interior,  y en el que parecen confluir lo conocido y lo desconocido, el sosiego y la acción, el sueño y la vigilia.

Si de otros pintores que se han establecido en Ibiza podemos decir hoy que la luz y el Mediterráneo han determinado su trayectoria artística, de Herreyns podemos asegurar que ningún canto de sirena ha logrado romper la concentración con la que, desde su llegada a islas -hace veinticinco años-, ha ido conformando su mundo: un mundo atento a los enigmas cotidianos, construido pacientemente  sobre cimientos religiosos, y del que sus pinturas nos ofrecen únicamente -no puede ser de otra manera- fragmentos.

En cada uno de estos fragmentos de interior constatamos el estremecimiento de una contemplación continuada, pero sobre todo la tensión la que se mantiene esta contemplación, su pulso más difícil. La mano sustituye al ojo, el espacio al tiempo. El orden es sólo aparente: actúa de velo. Pero no sabemos que puede haber detrás de ese velo -detrás de ese orden-.

Lejos de convertirse en un místico más de los muchos que se pasean infatigablemente por los caminos de la isla, Herreyns muestra en sus obras el sentimiento religioso en su estado más puro. Lo que se deja ver en cada uno de sus cuadros no es otra cosa que el reconocimiento de lo misterioso, su particular relación con aquello que desconocemos, su conformidad -dotada de inquietud y de humildad- con los paisajes más oscuros del conocimiento.

Esta representación austera de un espacio interior que nos recuerda insistentemente el de cada uno de nosotros -un espacio al que descendemos ansiosos y del que nunca regresamos saciados -, esta ausencia de respuestas que libra al artista del peligro de transformarse en un predicador, hacen que al acercarnos a estas pinturas no nos sintamos desamparados y que reconozcamos algo muy nuestro en ellas: la perplejidad cotidiana ante lo que nos sobrepasa.

Y es, precisamente, esta perplejidad -y el camino que se inicia a partir de ella: un camino de imprecisos límites, arduo y secreto- la que se manifiesta con toda su fuerza, repitiéndose una y otra vez, encontrándose con nuestra mirada, invitando a ésta, finalmente, a penetrar y a dejarse poseer.

Más que cuestionar nuestras pequeñas certezas, las pinturas de Herreyns nos devuelven a su punto de partida: nos recuerdan su origen.

Este es el motivo por el que se deja ver en ellas con nitidez una cierta nostalgia por el origen cultual del arte. No sólo se da aquí una aproximación al interior de las cosas, sino también un intento de abarcar con la mirada presente el principio de las cosas.

Mirar el cielo: no existe una religiosidad más elemental, ningún acto como este capaz de consolarnos tanto. Y descubrir la semejanza entre las múltiples formas celestes y la red intrincada de nuestros sentimientos. Estas nuevas pinturas de Herreyns no descuidan este aspecto, revelan esta identificación feliz y verdadera. Y allí donde el interior y el exterior acaban identificándose, la abstracción y la figuración son lenguajes idénticos.

Senderos, límites, jardines estelares. En el espectáculo de lo irracional, la belleza posee formas y colores que velan y desvelan a un tiempo. La búsqueda produce vértigo. Y en ese punto en el que se mantiene fija la mirada, a la espera de no sabemos qué, Herreyns nos ofrece su nostalgia -que es también la nuestra- por los tiempos en que el camino y la meta eran una misma cosa.

Vicente Valero
Poeta y crítico de arte
Catálogo de GILBERT HERREYNS
Pintures i gravats
Eivissa 1994